Sasha Sokol

La batalla de Sasha Sokol y la deslegitimación del estupro

La reciente resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en la que se confirma el fallo a favor de Sasha Sokol por daño moral en contra del productor musical Luis de Llano, marca algo más que una victoria legal: representa un golpe profundo al pacto patriarcal que durante décadas normalizó el abuso, el silencio y la impunidad en México.

Sasha Sokol no solo denunció públicamente que había sido víctima de una relación desigual, abusiva y profundamente asimétrica cuando apenas tenía 14 años —y su agresor 39—, sino que persistió, con dignidad y valentía, hasta que las instituciones del Estado mexicano reconocieron que sí hubo daño, que sí hubo responsabilidad, y que ya no puede mantenerse bajo la sombra de la costumbre una práctica tan violenta como el estupro.

Durante años, el estupro —definido legalmente como la relación sexual con una persona menor de edad mediante seducción, engaño o manipulación— fue minimizado, disfrazado de “romance prohibido” o justificado como parte de la cultura del espectáculo. Pero detrás de cada caso de estupro se esconde el abuso de poder, el adultocentrismo y la cosificación de niñas y adolescentes que han sido sistemáticamente privadas del derecho a decidir en libertad.

El fallo judicial a favor de Sokol, aunque no tipifica penalmente a su agresor por estupro —delito prescrito en este caso—, sí constituye un castigo simbólico y público a un patrón de comportamiento que durante décadas fue validado socialmente. Representa un precedente contra la narrativa dominante que justifica la violencia sexual bajo el disfraz de relaciones consentidas entre figuras poderosas y menores de edad.

Este juicio nos coloca frente a una verdad incómoda: lo que para muchos era un “escándalo del pasado” es, para miles de mujeres en México, una experiencia compartida. Y este fallo les dice que sí es posible romper el silencio, que el tiempo no borra la verdad, y que el consentimiento de una menor de edad jamás puede ser considerado legítimo frente al poder, la manipulación y el control.

No se trata de venganza, se trata de justicia. Y se trata también de desmontar una cultura que protegió sistemáticamente a los hombres poderosos y silenció a las víctimas. Con esta sentencia, el Estado mexicano manda un mensaje claro: la narrativa ya no la escriben los agresores ni la industria del espectáculo. La escriben las mujeres que se atreven a hablar, aún décadas después, con la fuerza de quien ya no está dispuesta a callar.

El caso de Sasha Sokol no es un final. Es un inicio. El inicio de una conversación más amplia sobre el consentimiento, la impunidad y el deber del Estado de proteger a las infancias y adolescencias. El inicio del fin de una cultura que durante demasiado tiempo confundió el abuso con amor, y el silencio con consentimiento.

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