Tormentas y mujeres

Cuando el huracán también es patriarcal: mujeres de Costa Chica resisten el desastre

Guerrero tiene memoria, pero también heridas abiertas, muchas de ellas tienen rostro de mujer. Cuando hablamos de desastres naturales, solemos enfocarnos en los daños materiales: viviendas colapsadas, caminos intransitables, cosechas perdidas, servicios públicos colapsados, pero pocas veces hacemos zoom en lo más urgente: las personas y sus contextos. Si afinamos más la mirada, nos daríamos cuenta de que en cada tragedia climática, las más afectadas suelen ser las mujeres.

Ellas quienes resisten el embate de la tormenta mientras cargan a cuestas las tareas culturalmente asignadas en un contexto de pobreza, discriminación y violencias propias de su entorno.

El huracán Erik, que recientemente impactó varios municipios de la Costa Chica, no solo colapsó viviendas, inundó calles y desbordó ríos y arroyos. También desnudó una realidad profundamente desigual: la de cientos de mujeres que viven en condiciones de precariedad, muchas de ellas solas, jefas de familia, cuidadoras, campesinas, indígenas, afromexicanas, mujeres que no tienen margen de error, ni redes institucionales suficientes que las sostengan en la emergencia.

En municipios como como Cuajinicuilapa, San Nicolás, Igualapa, Ayutla, Copala o Florencio Villarreal, las afectaciones van más allá de lo que nos muestran las fotografías y reportes periodísticos: la pérdida de huertos o criaderos que ellas mismas administraban para alimentar a la familia; el cierre de caminos que les impide vender sus productos o acceder a servicios médicos; el colapso de las escuelas donde sus hijas e hijos estudiaban; la escasez de agua potable que complica sus tareas domésticas y de cuidado.

Y aunque sí existen en México protocolos de protección civil con perspectiva de género, lo cierto es que pocas veces se aplican desde una lógica comunitaria que reconozca los roles y necesidades específicas de las mujeres..

La pregunta no es solo cuántos refugios hay, ni a cuantas personas pueden albergar, sino más bien si esos refugios tienen condiciones adecuadas para mujeres embarazadas, niñas, adultas mayores, con discapacidad, o para quienes viven violencia dentro de sus hogares.

Porque sí, en contextos de desastre, las violencias se recrudecen: aumentan los riesgos de abuso sexual, se agudiza la dependencia económica, se desdibuja el acceso a la salud y se desprotege aún más a quienes ya estaban al margen, como es el caso de las mujeres de la Costa Chica, las afromexicanas, las indígenas las que viven en situación de pobreza totalmente invisibilizadas.

Tras el paso de Erik, la gobernadora, Evelyn Salgado, acudió personalmente a las zonas afectadas y anunció apoyos específicos para los pueblos afromexicanos, que históricamente han estado en el abandono.

Recientemente también la presidenta Claudia Sheinbaum anunció una inversión federal millonaria en apoyos directos para las personas afectadas en la región.

Ambos gestos institucionales son importantes, necesarios, esperados, lo que resta es esperar que se administren con enfoque de género, es decir, contemplando las  las necesidades particulares de las mujeres afectadas en la región, que por supuesto, no son las mismas ni se atienden igual que las del resto de la población.

Además, resulta fundamental que dejemos de administrar los desastres y que a la postre este sistema de apoyos, federales y estatales, también se transforme en políticas sostenibles con enfoque de género, que proteJan a las mujeres en sus vulnerabilidades ante desastres naturales.

La buena noticia es que tanto a nivel local como federal, hay indicios de éstas políticas, con con la creación de programas y medidas destinados a generar mayores certezas para las las mujeres, como el programa Tarjeta Violeta que se garantiza un recurso económico, pequeño, pero con acceso gratuito e inmediato a un amplio abanico de servicios médicos, educativos y jurídicos para mujeres en situación de violencia.

Por otro lado el Transporte Violeta y el protocolo violeta para la protección de las mujeres en el espacio público en las ciudades más urbanizadas del estado, el Protocolo Violeta como un sistema de respuesta inmediata ante situaciones de riesgo, un sistema que se ha venido afinando sobre la marcha desde el inicio de su implementación.

Hoy México tiene, por primera vez en su historia, una presidenta mujer y una gobernadora al frente del estado de Guerrero ¿Será esto suficiente para garantizar una atención más justa para las mujeres que lo pierden todo en cada desastre?

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