Tradicionalmente, el concepto de liderazgo refiere a las capacidades individuales para generar dirección, alineación y compromiso en los procesos colectivos. Se espera que quien tiene un rol de liderazgo facilite el desarrollo de la acción colectiva, contribuya a alinear los esfuerzos y apoye, involucre y motive a otros, para alcanzar una dirección deseada.
La idea de un líder que tiene una gran influencia sobre los individuos involucrados en los procesos colectivos, es central al modelo patriarcal, y su representación es el hombre blanco y adulto. Pero esta concepción implica una barrera para el desarrollo del liderazgo de las mujeres, las y los jóvenes y de todas las personas que no encajen en el modelo androcentrista y adultocentrista.
Desde diferentes campos de especialidad, los estudios de género han desarrollado un amplio debate sobre el liderazgo femenino y han propuesto imágenes y metáforas para ilustrar las barreras y dificultades que aún enfrentan las mujeres cuando aspiran a las posiciones más altas de responsabilidad y poder.
Techo de cristal
El concepto más conocido es el “techo de cristal” (Marilyn Loden, 1978), que se refiere a las restricciones y obstáculos que impiden a las mujeres acceder y/o permanecer en los puestos más altos de responsabilidad o de dirección. Estos obstáculos no tienen que ver con las capacidades o competencias profesionales de las mujeres, sino con los entramados sociales, tales como los estereotipos de género, o la discriminación por maternidad, que limitan el desarrollo profesional de las mujeres, en especial, en etapas como el embarazo o la crianza de sus hijas e hijos.
Laberinto
Alice Eagly, especialista en género del Departamento de Psicología de la Universidad de Northwestern, afirma que es tiempo de abandonar la metáfora del techo de cristal, pues implica que existen barreras rígidas que impiden que las mujeres lleguen a los escalones más altos del poder, y actualmente, esto ya no es una generalidad.
Según Eagly, una metáfora más precisa para los obstáculos que actualmente enfrenta el liderazgo de las mujeres es la de un laberinto, entendido como «una serie de complejidades, desvíos, callejones sin salida y sendas inusuales”, entre las cuales se incluyen la discriminación de género, las responsabilidades domésticas y, a veces, la falta de confianza de las mujeres en sí mismas.
En esta senda laberíntica, las mujeres necesitan tener buenos recursos, contar con apoyo de su entorno y sobre todo, tenacidad y persistencia extraordinarias para encontrar el hilo de Ariadna.
Lecho de espinas
Por su parte, Andrea Vial y Victoria Lescoll (2015) sostienen que a las mujeres que tienen roles importantes de liderazgo les resulta más difícil que a sus homólogos hombres obtener respeto y admiración de sus subordinados. El liderazgo femenino es percibido como menos legítimo que el masculino y, a menos que sean capaces de legitimar su posición de líder, esa percepción de ilegitimidad tendrá como consecuencia una reducción en la cooperación y colaboración de sus subordinados.
Evidentemente esta falta de cooperación tiene un impacto negativo en la autopercepción sobre cómo las mujeres están ejerciendo su liderazgo y tenderá a socavar su autoridad, generando un círculo vicioso de ilegitimidad.
De esta manera, frente a la idea de que el poder es un “lecho de rosas”, Vial y Lescoll, afirman que más cercana a la realidad es la imagen contraria, sugerida por Deborah Tannen (1990): “El camino hacia el poder es duro para las mujeres, y cuando lo alcanzan, es un lecho de espinas”.
Facilitadores y barreras coexistentes
Karen Lyness y Angela Grotto afirman que, actualmente en las sociedades contemporáneas, las barreras para el empoderamiento y el liderazgo femenino, coexisten con facilitadores, lo cual vuelve más complejo entender y señalar cuáles son los elementos de inequidad para las mujeres.
Hoy, los valores que siguen atribuyendo a las mujeres los roles tradicionales de género, y que obstaculizan la determinación de muchas mujeres que aspiran a tener roles de liderazgo, conviven con valores que fomentan una cultura igualitaria, por ejemplo, en los centros educativos, y con los marcos normativos que rigen la participación política formal.
Sin embargo, en la realidad, el piso sigue sin ser parejo para las mujeres, pues la ausencia de modelos de liderazgo femenino, el desplazamiento de la actividad profesional por la realización de las tareas domésticas, la falta de apoyo al desarrollo de liderazgo y empoderamiento de las adolescentes, y la persistencia de los valores de la cultura patriarcal en el ejercicio del poder, siguen teniendo una fuerte influencia en la mayor parte de nuestras comunidades.
¿Cuáles son los modelos de liderazgo femenino?
Ante las reflexiones anteriores, vale la pena preguntarnos cuáles son nuestros modelos de liderazgo femenino. Las mujeres en el poder político, empresarial o social, ¿están ejerciendo el liderazgo a partir de los valores del patriarcado o lo están haciendo distinto?
Asomarnos a las representaciones de la cultura popular nos puede dar una idea, pues al fin y al cabo son idealizaciones (la ficción requiere cierta exageración) de cómo percibimos colectivamente a las mujeres en el poder y cuáles son las barreras que impiden su desarrollo.
1. El liderazgo a la Malen (Intimidad, Netflix, 2022).
Malen, el personaje principal de la serie española Intimidad, es una mujer que aspira a la alcaldía de Bilbao. Al principio de la serie su liderazgo es fuerte, agresivo, es una mujer muy trabajadora, con valores y convicciones estrictas. Cuando unos videos sexuales salen a la luz, su carrera política se ve seriamente amenaza y su partido le pide que dimita. Víctima de la violencia sexual digital, la primera reacción de Malen es la culpa, esconder el escándalo. La serie profundiza en el delito de violación de la intimidad, de los packs que suelen compartir los hombres en sus celulares. Probablemente, las mexicanas pensaremos en la ley Olimpia y la importancia de su aplicación.
El arco de nuestro personaje ocurre cuando, al conocer otros casos de violencia digital, Malen toma conciencia de género, y realiza la denuncia judicial en contra de sus agresores.
Pero ¿cuál es la barrera del liderazgo de Malen? En primera instancia, parece que la barrera para que llegue al poder es la cúpula de hombres poderosos, empresarios sumamente conservadores y machistas, que no quieren que una mujer liberal los gobierne. Pero la serie va más allá y muestra magistralmente el tejido del patriarcado, imbricado en las relaciones sociales de todos los niveles, en los valores y en los juicios colectivos, por lo que más que a un “techo de cristal”, Malen se enfrenta a un laberinto en el que tendrá que buscar su hilo de Ariadna.
3. El liderazgo a la “Gite” (Borgen, Netflix, 2010).
Aunque nos resulte distante, (porque ni aún los políticos más cínicos de la serie les llegan a los talones a los verdaderos pillos que tenemos en nuestros países), la producción danesa ilustra muy bien los entramados de las barreras y los facilitadores que existen hoy para el liderazgo femenino en las democracias occidentales.
Birgite Nyborg es la lideresa del partido moderado, que por un escándalo de corrupción de sus rivales, y por mostrarse sincera y espontánea en su discurso en un debate televisivo, obtiene los escaños suficientes para ser nombrada “Statsminister”.
Como Malen, Nyborg no es una mujer corrupta o que esté dispuesta a pasar por encima de sus valores para obtener poder. Eso, al principio, la vuelve rígida en sus negociaciones, sin embargo, con la evolución de la trama, debe tomar decisiones pragmáticas para mantenerse en el cargo.
En esta propuesta, no hay barreras formales y las culturales no son tan fuertes como en la serie española, sin embargo, el entorno competitivo, la tensión permanente y el trabajo de tiempo completo que significa la política, tienen consecuencias en su familia, en sus hijos y en su salud física y emocional. Si bien su esposo se muestra como un aliado de su liderazgo, a lo largo de la serie la relación se desgasta. Nyborg se encuentra en un laberinto lleno de obstáculos y desafíos difíciles de navegar. Y pronto, el prestigio y el poder (lecho de rosas) se convierten en un lecho de espinas.
3. El liderazgo a la Kate (La diplomática, Netflix, 2023).
Mucho más sencilla e hilarante que las anteriores, la serie The diplomat, nos muestra a Kate Wayler, una funcionaria del cuerpo diplomático estadounidense experta en los conflictos de Medio Oriente, que, por cambios en la administración central, es catapultada para sustituir a la vicepresidenta actual.
Kate es una mujer más técnica que política. No le gusta hacer discursos ni las fotografías, lo suyo son las negociaciones, los estrategias. Es informal, poco centrada en si misma y no tiene mucha ambición política. Ella y su colega, el Ministro de Relaciones británico, tienen que arreglar los estropicios de sus presidentes, ambos hombres blancos, necios y algo estúpidos.
Aunque está llena de clichés, la serie recoge algunos modos de la política nortemericana, que nos la muestran más conservadora y formal que la europea, al fin y al cabo, son el verdadero imperio. “Eres idónea porque eres bonita, pero no demasiado; guapa, pero no sexy; responsable pero no malvada; fuerte pero no puta”, le dice la jefa del gabinete a Kate, enlistando sus cualidades como posible vicepresidenta, implicando que al público nortemericano no le gustan perfiles los perfiles femeninos que desafíen mucho los roles de género.
En esta serie, también es interesante la competencia que existe en el matrimonio Wayler. Hall, el esposo, un experimentado embajador que aparentemente respalda la carrera política de su mujer, tiene su propia agenda. Kate conoce la ambición de su marido y teme cada movimiento. Los matrimonios en la política suelen ser comunes, y pocas veces nos preguntamos cuáles son los acuerdos entre ellos, y si estos acuerdos son convenientes para las mujeres.
La pregunta que nos plantea la serie es, a pesar de su marido, ¿podrá Kate sortear la laberíntica senda al poder?
¿Son Malen, Gite y Kate buenos modelos de liderazgos?
Es notable que los tres personajes principales de estas producciones llegan al poder por hechos fortuitos, no por una campaña. ¿Será que nuestro imaginario colectivo nos está mostrando que lo más difícil para una mujer es conquistar al electorado?
También vale la pena señalar que estos personajes representan mujeres extremadamente inteligentes, con una inteligencia y conocimiento superior a la mayoría de los hombres que las rodean, que encarnan los valores de honestidad y lealtad patriótica (aunque después tengan que negociarlos) y que no tienen una extremada ambición por el poder.
Encarnan modelos de liderazgo muy idealizados, por que en la realidad, un hombre no requiere demasiada inteligencia, ni demasiado talento, para convertirse en político. ¿Por qué una mujer tendría que demostrar todo el tiempo que es extraordinaria para alcanzar una posición de poder?