La menstruación es un acto común, pero como palabra resulta muy fría a la hora de hablarlo públicamente, sin embargo, desde niñas nos han enseñado que es algo oscuro y avergonzante o al menos eso nos han hecho creer. Sin duda, todas las niñas iniciamos en este camino de la menstruación desde antes que se nos vaya la infancia.
Recuerdo la primera vez que me vino “la regla”: estaba en primer año de secundaria, en clase de Formación cívica y ética, cuando quise levantarme a tirar al bote de basura una bolsa de plástico luego de que se acabaran mis chicharrones. Recuerdo que mi amiga Lulú se percató de la mancha en mi falda y se levantó detrás de mí para decírmelo en el oído mientras me ataba su suéter a la cintura. No dudé en decirle al maestro lo que pasaba, y él pidió que me retirara del salón a casa para resolver “mi accidente”.
Cuando llegué a mi casa entré corriendo al baño y sin darme cuenta si estaba mi mamá o mi hermana, me desnudé completamente y empecé a bañarme. Luego de terminar le grité a mi mamá para que me pasara ropa limpia. En ese momento escuché la voz de mi padre que sin darle tanta importancia al asunto me dijo que mi mamá no estaba pero que qué pasaba. Recuerdo que le dije que me había “bajado” y mi papá me pasó ropa limpia y una toallita de las que usaba mi mamá.
El momento fue incómodo cuando me preguntó si sabía cómo se usaban. “Por supuesto”, le respondí. Como había visto comerciales en TV intuí la forma de colocarlos en la ropa interior. Salí de bañarme, me vestí con mi otro uniforme y salí de nuevo rumbo a la escuela, para enterarme que las clases se habían suspendido después de la hora. Es increíble cómo cambia el ánimo de las mujeres esta transición o esta “primera vez”. Me acuerdo que de camino a casa pensé en muchas cosas y en el dolor en el vientre por los cólicos que comenzaron ese día.
En mi casa tuve la fortuna de tener acceso a la información sobre el tema, consejos de mi mamá y de mi hermana, así como el total respeto y discreción de mi padre. Tuve a la mano a esa amiga que se encargó de ver por mi privacidad y que nadie notara la mancha en mi falda evitando algún comentario de mis compañeros. Creo que mi “primera menstruación” fue una experiencia normal. Lamentablemente, no todos los casos son así. Existen niñas que viven este proceso con mucha desinformación, sin acceso a insumos o medicamento para el dolor (toallas, tampones, pastillas o tés).
Un ejemplo exageradamente representativo de estas situaciones se muestra en la película Carrie (1976) dirigida por Brian De Palma y adaptada por Lawrence D. Cohen, donde la niña que menstrúa por primera vez recibe burlas de parte de las mismas compañeras y se enfrenta con una madre creyente de la religión que manifiesta la regla como un castigo divino y que debe hacernos sentir sucias y culpables.
Otra anécdota que recuerdo es la de mi sobrina, quien a sus nueve años tuvo un accidente jugando y se resbaló a un pozo de agua, estuvo una semana con dolor en la cadera y luego le vino “la regla”. Ella, a sus nueve años ya no volvió a sentirse niña. Ya no le gustaba jugar con sus primos, ya no le gustaba salir a correr a la calle. Porque su educación en casa fue de desinformación, y porque sus padres le enseñaron que la menstruación es el proceso que la vuelve fértil, que la vuelve MUJER, por lo tanto, se vuelve “peligroso” rodearse de hombres.
Si estamos en pleno siglo XXI, cómo es posible que consideremos a las niñas “señoritas” y se les inculque que llegando la menstruación van a dejar de jugar y aprender a comportarse como mujeres adultas. Es necesario abrir debate y saber desde dónde estamos educando a las niñas y niños que serán hombres y mujeres en el futuro.
¿De qué nos sirve la información a las mujeres que hemos llegado a tener acceso a ella si las niñas, pienso, son las que necesitan saberlo antes que suceda? Yo hablo desde mi privilegio, por supuesto, siempre lo digo. Desde el lugar que habito me doy cuenta que la desinformación sobre el tema existe, sobre todo en las comunidades de Guerrero, en donde la niña que inicia su periodo es vista como mujercita desde antes de cumplir sus XV años. Debería existir la información en la escuela primaria porque sabemos que implica mucho trabajo deconstruir la idea en los hombres y mujeres de que la menstruación es un acto antihigiénico.
Reflexiono sobre el privilegio que tuve de llegar a casa y sin importar quién estaba, me pude asear y decir que “me había bajado” sin ser señalada o culpabilizada y menos acosada. Porque comprendo que en otros lugares del mundo y de Guerrero muchas niñas no tienen el mismo privilegio de cambiarse o de informarse o de contar con un hogar seguro donde se hablen estos temas y se respete su proceso natural de maduración.
Pienso que vamos avanzando lentamente en estos temas, pero nos corresponde a las mujeres que tenemos los medios de difusión adecuados, hacer nuestro trabajo para compartir la información y para acercarlo a las niñas que son la base de nuestro futuro, porque si queremos lograr avance en nuestros derechos menstruales nos toca abrir el debate, seguir reflexionando y buscando nuevas formas de educarnos como sociedad para normalizar los asuntos de las mujeres que nos atañen desde niñas.