Nací en Acapulco, una noche de primavera a la par de la bahía Santa Lucía, la bahía más bonita de todo el mundo. La primavera es cuando hace mucho calor y los colores son más colores.
Tengo cinco años, pero pronto voy a cumplir seis. Cuento los días, ya falta poco, pero me hago bolas, siempre me confundo. Me gusta más cuando los números van de corrido pero, si hay que sumarlos o restarlos, todo se complica.
Uno de mis días favoritos del año es mi cumpleaños, porque me dan regalos, puedo comer pastel y cantar “dale, dale, dale, no pierdas el tino que si lo pierdes, pierdes el camino”.
Dice mi mamá que el día en que nací no había ninguna nube en el cielo, también dice que se iba a morir en el parto, pero no me gusta pensar en eso. La muerte es una palabra demasiado grande para un niño o niña.
Mis papás vivían en la colonia Libertadores, en las afueras del puerto, como si fueras a tomar un autobús para irte a la Ciudad de México, dicen que esa ciudad es muy grande, pero yo no me acuerdo. Un día regresaré. Mis papás ya no viven juntos, pero esa es otra historia que no les voy a contar hoy.
Lo que quiero contarles es sobre mi colonia y sobre doña Aura. Doña Aura es una persona que parece enojada pero en el fondo, muy en el fondo, es buena como un pastel de turrón blanco con cajeta.
Ella tiene el pelo corto y negro como mi mamá. Pero es más chaparrita y más flaca que mi mamá. A mi mamá, doña Aura no le caía bien al principio, pero luego sí le cayó bien, es que mi mamá decía que la doña era metiche, yo todavía no entiendo muy bien esa palabra, pero mi mamá me explicó que es cuando la gente se mete en lo que no le importa y te da consejos que no le pediste.
Doña Aura casi siempre está enojada, como mi mamá, parece que las mamás pasan bastante estresadas por su trabajo y el trabajo del hogar, pero dice la mía que no es mi culpa sino del sistema patri-ar-cal. Eso sí, dice que yo tengo que ser responsable de ciertas tareas de la casa, según mi edad y no dejarle todo a ella.
Lo que más me gusta de doña Aura es que vende dulces a los niños y a veces los regala, pero eso sí, cuando dos de mis vecinos pasan chirundos (desnudos) sin camisa, corre que te corre, a pellizcarle la masa de las picaditas, se molesta mucho y les grita.
A doña Aura, tampoco le gusta ver las hojas de los árboles en su banqueta, por eso es la primera que se levanta en las mañanas y cuando yo abro los ojos, ya se oye el plush, plush, de cómo barre las hojas.
Doña Aura es muy trabajadora, es viuda, mi mamá dice que eso es cuando se muere tu pareja, lo cual me parece requetetriste y ella sacó adelante a tres hijos: dos varones y una hija. Mi mamá y yo la admiramos, se levanta muy temprano a hacer las compras para tener bien surtida su tienda que es como un oasis en la colonia. Su piso de tierra siempre está bien barrido y fresco. Vende de todo para la casa, pero su especialidad son las picadas y sopes que hace en la tarde noche. A mí me hace unas chiquipicadas, de mi tamaño, porque me quiere mucho.
Doña Aura siempre tiene palabras bonitas para mí y siempre le pregunta a mis papás que qué me van a comprar, eso fue así, sobre todo, antes de que naciera mi hermano, porque cuando nace un hermano o hermana pequeña la vida no vuelve a ser igual para el mayor que, en este caso, soy yo. Mi mamá dice que tengo que compartir, pero compartir cuando uno es niño es de las cosas más difíciles que existen.
Un día, el hijo de doña Aura no regresó. Ella siempre hablaba de él y se sentía muy alegre cuando estaba en casa. Dicen que no volvió a causa de la violencia, pero yo no entiendo muy bien qué significa esa palabra. Doña Aura también perdió por una enfermedad a otro de sus hijos cuando era pequeño. Además, tiene una hija morena, bien guapa, como las mujeres de aquí.
Ahora que vivo lejos de la bahía más bonita del mundo me pregunto cómo estará doña Aura, si sigue levantándose tan temprano y haciendo plush plush con su escoba para barrer las hojas. También extraño los dulces que me regalaba.